A María Elena López Velázquez
Su cuerpo un instrumento de mil voces
Su alma inasible se reconocía en cada una
Los huesos tenían tiempo que estaban sordos
Su boca había perdido lo lúbrico y el eco
Entonces,
Máximas temperaturas la hicieron voraz incendio
La lengua húmeda reptaba avivando más el fuego
El recorrido de mis manos levantaba olas de pasiones
Sus mucosas eran interminables tormentas tropicales
Estaba tan viva que Eros tuvo miedo de su posesa
Ya no estaba bajo su control, era una yegua desbocada
Atónito la contemplaba, mientras de placer convulsionaba
Como un ciempiés contorsionaba y un lobo la acompañaba
Thanatos vino a su auxilio todo paroxismo es un abismo
Y un abismo sin fin conduce inexorable a la locura
Por un instante el Dios mató a la insaciable amante
Y esa pequeña muerte le anticipo la grande que vendría
a la hora acordada, como un amante fiel por su amada
Juan David Porras Santana
Encantador de oficio
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