Con
hambre de revelaciones tiento una vez más al camino. El viento sopla noreste y disipa
sobre mí la turbidez que agobia mi cansada mente. Ardiente de pasiones espero
el asalto que simularé inesperado de la sublevación de las circunstancias que
en connivencia con mi propio yo edifican mi torre, mi señorial mundo de
exquisiteces. No aptas para el vulgo profano que venera al pan y al circo
No
tardo en vislumbrar que del oscuro verde, emerge un verde metálico que hace eléctrico
al ambiente que lo circunda. Lo penetro y siento su fuerza limpia que espanta
los fantasma que la densa fronda y el tejido inexpugnable de esta selva
posicionó a hace miles de años. No hay densidad, solo la levedad de mi
existencia que se ha hecho eco de la ingravidez de este singular remanso del
mundo vegetal que tanto dice sin necesidad de expresar nada.
Estoy
en los dominios de Kira, la mujer que hastiada de sí misma, resolvió cambiar su
circunstancia, al punto que modifico la naturaleza de la inextricable selva al
reposar sobre ella. Expandió sus dominios a fuerza de aislamiento, hoy es esta
peculiar piel que me recibe, dónde me extasío y puedo sentir como vibra su
edificante vida, arrebato de pasión que se cuela en mis más olvidados huesos.
Me
regresa con sutileza al mundo de las fragancias y al insospechado candor de las
caricias que calman el alma. Se despierta en mí aquel joven que creyó en el
amor más elevado. No me reconozco, tan fresco, tan puro, tan sobrecogedoramente
humano. Lloro y es rocío que Kira besa.
Juan
David Porras Santana
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