A Vera Lucía
Mis inquietudes son las tuyas. Tu
corazón como el mío tiene un compás barroco que no admite sobresaltos. Por eso
nos sentimos plenamente interpretados por J.S Bach.
El pánico no es tan ajeno que nos permite deambular por el Sahara a
pleno mediodía y sentir que la resolana es sombra de oasis que alivia el
existir.
Las fauces del gran huracán nos devoran,
flotamos en el ojo del embudo y el cielo es de un azul tan estratosférico que
nos sentimos viendo la vida desde las entrañas
hasta allá afuera.
Nos invade el deseo por un
instante de dejarme llevar por los sucesos sin participar en ellos. Que nuestra insignificante autoría le demuestre a los incrédulos, lo multifactorial
y el valor de lo infinitesimal en la historia.
Sé que por eso tú y yo somos
transfinitos por ello podemos juntar ganas, diferencias, placeres, inquietudes
y elevarlas a una potencia que nos
permita comprender que en las variables independientes está el ahora.
Del mañana solo queremos el paso
que estamos dando en este justo momento que puede detonar una mina o acercarnos
lo suficiente para estrechar la curva de un abrazo.
Ambos somos rememorativos, nos
gusta regodearnos en el pasado preñado de fantasmas. Lo que fue, y lo que pudo
haber sido, éste último un ejercicio de banalidad, inconducente como la
franelilla mojada en la frente del que
el tétano se lo está comiendo.
Imperiosas muestras de fortaleza,
cuando nuestras legiones salen en búsqueda del cardenalito que en la espina más punzante
de una inmensa guasábara descansa. Somos los últimos contemplativos que el
universo admitirá. Cualquier pérdida adicional sería inadmisible sobre todo cuando
su justificación es el romanticismo.
Juan David Porras Santana