6 abr 2015

TARDES COMO AQUELLAS NO LAS VOLVERÁN A HABER


                                               
Abajo, ya tú sabes dónde. La luz lóbrega  y húmeda de nuestra bodega es el claroscuro que guarda con celo y deleitoso placer el secreto de lo punzante, de lo delirante que pueden ser nuestras pasiones.
Nunca imaginé que el tercero de este triángulo amoroso fuese a ser un recinto que de chico me hacía correr hacia el campo abierto.

Lo supe aquella tarde que visitaste a Mamá , te mostró con detalles lo hermoso de nuestra atesorada casa. Llegada a la bodega, insististe ante su despreocupada negativa que toda casa noble guarda en sus entrañas secretos que la familia esconde. Se río con picardía; tomó la llave, rompió la oscuridad de tantos años con una vela encendida en una mano y en la otra tomaba la tuya para guiarte al fondo, dónde se apilaban trastes, corotos, viejas telas y unos retratos familiares. Te detuviste frente al mío y dijiste con voz queda. Bella foto capturó el alma, su mirada, me da ternura y tiene  una dulzura  en esos ojos aguarapados de biscochos  y café con leche servidos a las tres de la tarde.

Mamá  volteó hacia ti la mirada y como si se tratase de un viejo proyector, vistes en sus ojos los míos, viviendo las distintas edades. Yo callado detrás de ti, supe de tu invitación velada, a que esa bodega untuosa fuese la recamara, dónde tu virginidad y la mía por última vez se encontrarían.
Tardes estuosas, tus nalgas abundantes perfectamente simétricas contra la luz que por la claraboya entraba , subías y bajabas como desbocada lo hacías en el subibaja del parque de la acacia casi morada, en aquel nuestro amado parque , nuestro mundo , nuestro universo abreviado  .

Éramos unos ignaros, no habíamos leído sino a Julio Vernes y sus novelas visionarias  y el milagro incomprensible de EL REINO DE ESTE MUNDO de Alejo Carpentier, quedándonos en él detenidos, en el pasaje dónde la bella blanca con su pie perfectamente arqueado, mientras el negro le  hacía masajes ,le frotaba el pene  y este no aguantaba y la clavaba.

Yo te seguía en tus locuras, éramos iniciantes  ambos pero tú que habías nacido para lo retorcido me mostrabas que siempre íbamos un paso atrás del placer total  que nunca alcanzaríamos .

La ventura quiso que fuésemos descubiertos – por qué quién sabe a dónde hubiésemos llegado-Mamá  no salía de su asombro era tal el entorchamiento de nuestra posición que pasaron minutos que parecían horas, mientras lograba sacar de aquella encajonada oquedad, mi venablo que ni con el susto se puso chiquito , mi mano derecha que entera había entrado en tu receptivo ano  Como los perros que se quedan pegados , yo no plegaba la mano , y tu apretabas como si por allí todas tus entrañas se fueran a salir.

Te echaron y en aquel penoso internado fui a parar , hoy cuarenta y siete años después , viendo a esta figura me recordé que tardes como aquellas no  las volverán a haber .

Juan David Porras Santana  



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