A Nemesio Marcano , “ homenaje póstumo el auténtico viejo y el
mar”
La noche previa al viaje, ninguno de los tres muchachos pegó el ojo. La
excitación de lo que verían en aquella
tierra incógnita, en aquel mar prístino de “la otra isla”, así se referían los
propios margariteños al territorio oeste
unido a la transitada Isla de Margarita por el istmo de la Restinga, era
demasiadamente arrecho –así hablábamos los llamados pavos de los años 70 en
Venezuela–.
Éramos
tres cagatintas con pretensiones de grandes exploradores.
No
tardó en armarse el viaje. En los días previos habíamos sostenido una
conversación con el que a la sazón era el campeón de pesca submarina del país,
Claudio Scrosoppi, quién tenía una tienda de equipos de buceo y pesca submarina,
nos había vendido unos fusiles –arpones– Cobra, marca Brasileña que él
utilizaba y representaba.
Estábamos en plena efervescencia -enfiebrados- con ese deporte. Varias tentativas, en el litoral
guaireño próximo a Caracas la mayoría fallidas, nos tenían al borde de la frustración,
en el mejor de los casos llegábamos a casa con un par de catalufas, y hasta un
pobre pez loro –creíamos incomestible- pero había que pescar. Extrañamente
estos seres de sangre fría me generan una percepción sobre su cacería distinta
a la que me puede producir un venado de
sangre caliente, al cual sería incapaz de matar. Mientras que un hermoso pargo
rojo sorprendido en su cubil, arponearlo me produce un gran placer, así lo
regalé después y no me lo coma. -Bocatto di cardenale-
Esa
tarde de agosto ya en vacaciones, le dije: -Claudio queremos ir a la Isla de
Margarita, ¿Qué sitio nos recomiendas para pescar?. Sin dudarlo, en su español
macarrónico –era originario de Italia- nos dijo: -Macanao; tiene piaceri
pesquero molto buono. Pregunten por Nemesio Marcano y díganle que van de parte
mía, el los sabrá llevar al incontro con la mejor pesca del mundo.
Como
dije al comienzo éramos tres amigos, uno margariteño, no buzo sino músico:
Fernando Millán. Inmediatamente nos dijo: -Macanao, ese es el otro lado de la
isla, verga pana yo no sé si hay
carretera para llegar a esa vaina.
-¡Coño
mejor! le dijimos: imagínate abriendo camino para llegar al Edén de la pesca,
no joda.
Armando
acaba de comprar un Renault 4, el cual había salido defectuoso de fábrica. Nos
inventamos una de abogados y acusamos a la Renault en cabeza de su presidente
en Venezuela de estafador. En la tarde teníamos una flamante renoleta roja –así se les decía aquí- que de
paso salió todo terreno, que carro tan
bueno. Sin perder tiempo cargamos los equipos, unas franelas y los trajes de baño.
Para
Puerto la Cruz y de allí en el ferry María Cáceres pa’ la Aisla .
Llegamos
a la casa de la abuela de Fernando en el pueblo de San Juan Bautista. Una población
agrícola montañosa muy sabrosa para el buen vivir pero algo alejada del mar. Su
casa humilde, llena de gente, primos, cuñados, nietos, bisnietos. Fuimos
recibidos con honores y jodedera, llegaron los caraqueños gritaban y Fernando
inmediatamente se mimetizo con la camada de primos y amigos.
Desde
que llegamos el rostro de Armando se transfiguró: todo le daba asco, al punto
que lo bautizamos el “huele fo”. Habíamos llegado acalorados y de inmediato
quiso tomar un baño -no sé, imaginaría que podía darse un una sumergida en una
bañera tipo Nerón y se encontró con un único baño para 30 personas que hacían
cola y gritaban cosas como: ¡apúrate coño de tu madre que me estoy cagando!, ¡Coño!
¿Qué comiste hijo er’ diablo, basura?. Cuando al fin le tocó el turno, aquello era un chiquero, hasta
el perro de la casa se había cagado y meado, marcando territorio, justamente
dónde estaba el tobo de agua que le correspondía a Armando, no solo no logró
echarse la lata de agua sino que el perro bravo le mordió las bolas,
seguramente confundido con las metras -canicas pero blanditas- con que jugaba
en el patio.
Sin
comenzar todavía a madrugar, ya estábamos listos para ir al encuentro con
Macanao y “el Viejo y el Mar” Nemesio Marcano.
Empujamos
la renoleta hasta la bajada para encenderla
en segunda y no hacer ruido frente a la casa de la Abuela. Reconozco este
punto como algo paradójico, ya que en la morada se escuchaban ronquidos, yo
diría rugidos, pedos de todo tipo, estruendosos, otros como un silbido,
inclusive oímos decir a Ulises -uno de
los primos de Fernando-, ¡coñooo primo
que peo tan largo!, y este ripostarle:.-claro guevón si es a lo jancho me
esfarata er culo.
Así
son nuestros auténticos orientales, desinhibidos, la propia FIESTA.
A
la media hora ya habíamos pasado a la otra isla. De pronto el verde de San Juan
era una inmensa sabana de desierto rojo salpicada de cactus, unos inmensos
hasta de 15 metros de altura que los llaman guasábara. En el centro del
desierto, sendas montanas llenas de vida contrastaban con la aridez reinante.
Eran panes de azúcar, los habíamos visto en los libros de geografía, parecidos
al el Corcovado que tiene en su cumbre el Cristo Redentor en Rio de Janeiro.
De
pronto, luego de la población de Boca de Río, el mar, uno que nunca habíamos visto,
ni soñado. Olvídense de las playas de arena blanca y aguas cristalinas que van
desde el verde jade al azul índigo de los Roques, o de la Costa Esmeralda
Brasileña, éstas son aguas que llamaría del viento y sal. Se forman en la costa contigua lagunas
rosadas llenas de espejismo producto de la alta concentración salina. Todo esto
contra el telón de fondo del azul del cielo más puro que la atmosfera nos pueda
brindar, cruzado por la algarabía de las bandadas de loros margariteños -especie
endémica-, y de pronto en la punta de un cardón, un turpial con el pecho
naranja que hace parecer un espejo que refleja las arcillas rojas del desierto.
El rojo cardenal, guayamate le dicen en la Isla, hace que toda la vibración del
paisaje sea eléctrica.
Cada
pequeño poblado era un escándalo para la mirada, los colores vivos de las casas
de bahareque, las enramadas, los niños jugando con un rin destartalado de bicicleta y un palito y
nosotros en la renoleta roja con música de Deep Purple. Un escándalo para los
pobladores que tenían meses si ver pasar un vehículo, y menos de ese color y
con tres achicharronaos –afros- largos y flacos como los perros de Luis Buñuel.
En
cada caserío preguntábamos ¿por favor señor por dónde tomamos para ir a
Macanao?, ¿Conoce a Nemesio Marcano? E inmancablemente nos contestaban: esto todo
es Macanao, ustedes van pa Robledar, que también le dicen Macanao, y Marcano
somos casi todos y Nemesios está el de la purpería, er cojo, Chonchón,
Macaurel, boca e muñeca, er Ñeco ……
Hasta
que llegado el mediodía llegamos a Robledal -Macanao– y a la casa de Nemesio
que quedaba en una pequeña loma y era rosado pastel. Allí nos indicaron que
Nemesio estaba abajo en la playa sentado en la enramada.
Nunca
olvidaré la estampa, la luz, la sombra de la enramada, la silleta con el
periquito cara sucia y la patica quebrada. El rostro de quelonio del viejo, er
ñame –la pierna hinchada por la elefantiasis-
los surcos en la faz hechos por el viento y la sal.
–Buenaaas.
-Buennass
ripostó.
-Mucho
gusto, soy primo de Claudio Scrosoppi –mentira- pensé que me allanaría el
camino y el precio. No fue necesario.
-Mucho
gusto Nemesio Marcano. Clauuudio, er asesino de la mar. Ushhh hombre pa’
bárbaro se zambulle a 30 brazadas ar rato sale con pargos cebadales, cunaros,
cabrillas. Un demonio como sabe pistolear. ¿Ustedes también bajan tanto?
-Sí
-dijo Armando categóricamente-, Fernando no es buzo, es músico.
-Ujummmm,
¿Te sabes una malagueña? -le espeta el viejo-.
Fernando
toma el cuatro y canta: No me obliguen que cante que no
puedo, no me obliguen que cante que no puedo me
duele el alma me duele el corazón, se me acabó el amor y el resuello el
canto me oprime la respiración, ay no me obliguen que cante que no puedo.
De pronto estábamos rodeados de gente
maravillada que unos mechudos salvajes, conocieran su música y además con el
aire, la cadencia y el espíritu que sólo un Fernando Millán podría lograr. Termina
de cantar y hay llanto en los ojos del viejo. Sin gritar pero con resonancia recia
dice: -Chicooo, ven acá: mañana con la fresca lleva a los muchachos a pistolear
par bajo de las mucureras, pá eso hondo, ellos llegan no escuchaste, además son
más jóvenes que Claudio.
Un apretón de mano selló el
compromiso, había que estar a las 6 a.m. Con su mano inmensa de tanto faenar,
nos señala un barco, era un tres puños
blanco y amarillo, dijo: -Es nuevo, lo van a estrená. Se llamaba: LA GARZA
PRISIONERA.
La noche previa al viaje, ninguno de los tres muchachos pegó el ojo. La
abuela de Fernando, nos había preparado para el desayuno a las 4 a.m una mesa
pantagruélica, cada plato hondo, tenía de tapa otro plato hondo invertido, así
que cada manjar era una sorpresa, Armando levantó la primera tapa, eran tripa
e’ perlas guisadas , con la mala suerte -para él- que lo que parecía aliño era una mosca
muerta. Dio media vuelta y nos dejó el pelero, Fernando le gritó: -¡Mira guevón,
vestido de cretona no vas a desayunar, le vas a hacer el fó a la abuela!. Éste le
contestó de mala manera: -¡Los buceadores no comemos antes de bucear!. Con la
misma se largó. Fernando y yo nos dimos el banquete, a cada tapita descubierta
correspondía un sorpresa culinaria: carite en escabeche, erizos, pata e’ cabra
guisada, caraotas negras, queso blanco rayado, cazón guisado. Nos comimos lo nuestro,
lo de Armando y casi lo de los 30 familiares.
Cuando
Armando pasó por nosotros, parecíamos dos peces globos. Nos montamos en el
carro, y le pregunto: -¿Chamo y no vas a comer nada?; -Ya fui a Porlamar a una
fuente de soda y me comí un sándwich de queso y un Yoka (Yogourt )de piña.
Fernando
y yo nos cagamos de la risa.
Apareció
el mar, era otro, me trajo a la mente el verso Borgiano: Quien lo mira lo ve por vez primera siempre. Este mar en la medida
que avanzábamos por la colorada carretera iba mutando, de pronto se veían
cabrillas que lo rizaban por efecto de los Alisios del Este, otras veces eran
galopantes olas llenas de algas, lo que auguraba mar de fondo y aguas turbias.
Lo pensamos pero no dijimos nada, todo tenía que salir como lo habíamos soñado ninguna condición adversa iba a cambiar el
optimismo de nuestra aventura.
Ya
llegando a nuestro destino vimos el imponente morro de Robledal y en la playa a Nemesio dando instrucciones a
la tripulación para que la GARZA PRISIONERA, estuviera a punto:
-¡Ireneo
pon este cabo en el botalón de proa, junto a la cadena del ancla!. ¡Chico purga
el motor!. ¡Matilde avíspate, ya la gente llegó!.
Saludamos
con afecto que fue correspondido con un silencio que lo decía todo, era un
especie de rictus de los marinos que se toman la salida a la mar con toda la
seriedad y solemnidad, pero sobre todo respeto hacia aquella entidad
impredecible que hace que la vida de todos los días sea una aventura.
Chico
–Francisco-, hijo mayor de Nemesio, era el capitán. Irineo el menor junto a
Matilde –sobrino criado por Nemesio-, los marinos. De repente, Chico grita:
-¿Y
qué vaina es esa?, refiriéndose a Armando que llevaba un traje de buzo.
Armando
le contesta casi con flema inglesa: -un wetsuit.
-¡Coño!
¿Y para qué es eso?
-Para
evitar el frío. Le contesta Armando.
-Carajo
nunca vi a Claudio con uno de esos y el duraba en el agua más de seis horas.
Armando
contestó: -una actitud poco profesional, típica de los que se creen hijos de
Neptuno.
Irineo
y Matilde se ríen, y dicen sottovoce: -Eso deber ser como hijo der diablo.
¡Vayan
con Dios y la Virgen del Valle! se despidió Nemesio desde la orilla; tenía
tiempo que no salía a pescar por la pierna totalmente inmovilizada por la
elefantiasis.
No
habían transcurrido más de 15 minutos de haber zarpado cuando Armando me dijo
al oído: -Coño Juanda me siento mal, estoy mareado.
Le
contesté: -Que cagada. Recuéstate en proa, mira fijo el horizonte y se te pasa.
Chico disfrutando en el timón de los chistes
de Fernando, no se había apercibido del estado de Armando, le dice a Fernando:
-Compae,
Armando debe ser la verga en esto de pistolear. Coño ¿Le viste el traje de
buceo?.
Fernando
le contesta: -La verdad que esta es mi primera salida a pescar, no tengo idea.
Habían
transcurrido dos horas de navegación, la tierra no se divisaba por ninguna
parte. El mar batía sus olas por los costados, la proa y la popa del barco.
Estaba de color verde ciego –imagino así el fondo de la mirada de un ciego-. No
sólo era la turbidez del agua sino la profundidad.
De
pronto grita Chico: -¡Tira el ancla Irineo que llegamos a las Mucureras!.
Armando
ya había vomitado el Sándwich de queso y el Yoka de piña varias veces. Cuando
Matilde lo sacude y le dice: -Prepárese que ya estamos en el sitio. Armando se
voltea y le regurgita una agua pálida como su rostro.
Matilde
asombrado grita: -¡Este hombre esta out!.
-¡Coño!,
dice Chico, -La carta fuerte de la pesca der día. Tírate tú flaco, señalándome.
Al fondo los polos, las malagueñas y la risa de Fernando: -Yo de este peo no sé
nada.
Me
lanzo al agua, hago la hiperventilación más profunda y sostenida, rompo el
espejo de agua y comienzo a descender. El agua turbia no me permitía ver más
allá de un metro, bajo y bajo y no veo ni el fondo, ni a los pargos cebadales,
cotorros, guasinucos, no veo un coño, ya no tenía aire en mis pulmones y subo
desaforadamente. Lo primero que veo al llegar a la superficie es la cara de
Chico que me pregunta: -¿Y entonces?
-Coño yo no vi ni el fondo y mucho menos
peces.
Chico
dice: -Si apenas son 16 brazadas, ésta es la parte más baja del cirial.
Como
para consolarme me dice: -Bueno la verdad es que al agua esta turbia. Pero
mira, una tintorera, un tiburón muy agresivo que estaba merodeando la zona. Esa
es una buena señal. Aquí hay pesca.
En
efecto. -¡Matilde, Irineo, saquen el palangre vamos a probar!.
En
5 minutos una línea unida a dos flotadores de más de un kilómetro de largo, de
donde colgaban cientos de anzuelos flotaba sobre el mar. Ahora sólo hay que
esperar. Nos alejamos del sitio y a la media hora regresamos y comenzó la
fiesta.
Con
una destreza nunca vista comenzaron a recoger la línea de un kilómetro de dónde
pendían los anzuelos con las capturas o no.
Armando
semi muerto en cubierta se perdió el espectáculo de ver a esos dos niños como
recogían en una cesta, dónde iban enrollando la línea e iban adivinado la especie que venía:
COROCORO BOCA COLORÁA, PARGO CEBADAL, MERO CABRILLA, AGUADERA, TIBURÓN – LO
SACABAN, LE DABAN CON UN MAZO EN LA CABEZAY SEGUÍAN-, RAYA, CAZÓN, MEDREGAL,
CARITE LUCIO… se llenó la cubierta del barco de todos los colores y formas. La
mar nos había entregado sus alhajas.
Chico
se volteó y me dijo: -Allí estaban, tu no los veías pero ellos a ti sí.
Enfilaron
proa a aguas protegidas, llegamos a una playa espectacular, Punta Arenas.
Irineo tomo un Coroco Boca Roja, lo escaló en un minuto, prendieron un
reverbero de alcohol, una olla con agua, una cabeza de ají, el pescado fresco y
harina PAN para hacer un funche encima del sancocho. Aquello sabía a gloria.
Armando
en cubierta todavía no se reponía e Irineo le llevó un tazón de aquel
dionisíaco sancocho. Sr. Cousteau -en
joda- pa’ que coma. Armando se le torcieeron los ojos en redondo y solo llego a
articular una agüita. Fernando,
improvisando en un polo decía: y Jacque
Costeau vomitó pedazo de ñame, ocumo chino, la butifarra catalana jajajaja.
De
vuelta, Nemesio en la playa nos esperaba. Cuando vio bajar del barco kilos y
kilos de pescado, dijo: ¡Virgen del Valle!, ¡Estos son más arrechos que Claudio!
-Tuvieron que bajar a Armando entre dos- ¡Pobre, dijo el viejo debe haber
quedado exhausto de mayor esfuerzo!.
Cuando
le contamos que toda esa pesca era de sus muchachos, con cariño nos abrazó, y
dijo: -Eso a veces pasa, ya matarán tanto pescao como quiera la Mar.
Venía
la pregunta embarazosa: -Cuánto le debemos Nemesio; y contestó: -La mitad de
esa captura es de ustedes, con lo demás se paga er gasoil.
Fernando
tomó su cuatro y cantó: La garza prisionera no canta
cual solía, cantar en el espacio sobre el dormido mar, (Bis) su canto entre cadenas
es canto de agonía por qué te empeñas, pues, señor su canto en prolongar.
Ahora, éramos nosotros los que llorábamos conmovidos por haber
conocido al verdadero Viejo y el Mar.
Juan
David Porras Santana