RON, MONDONGO Y PUTAS
A la vista de una mujer desnuda, el primer grito
que llegaba a sus labios era el mismo
de Rodrigo de Triana: ¡Tierra , tierra!
Del Añalejo de Eugenio Montejo.
Nunca tuvo tanto sentido el premio por castigo
soñar despierto muy adentro en Isla Tortuga
mientras la faena era más ruda
Ganarse el pan con la sangre propia y de los otros
Sin temor a la muerte, con ella se revolcaban en la hamaca
No había diferencia en morir por escorbuto o por una daga
Morir siempre por exceso nunca por defecto, Dogma de fe
Todo quedaba tatuado en su piel, la sal, la sangre
Las cicatrices mientras más profundas y antiguas
eran las más explicitas cartas de presentación
Ron matadiablos con pólvora y pimienta, los llevaba
al éxtasis de la inconciencia sin perder habilidades
Pasar de corretear ratas y cocinarlas con cuero de botas
a eviscerar un marrano lechón para el mondongo
De aguantar las ganas sin masturbarse, macerando la lujuria
para que Madame Ernestina y 10 más recibieran la embestida
de una macho cabrío que provocaría la decadencia de Roma
Paralelo a la restinga el mar mezcla sus aguas
Allí florece el más tejido enjambre de vida marina
Me acerco a los grandes careyes para verlas desovar
¡Oh gigantes quelonios! ancianos y sabios testigos de la mar
Empiezo a entender porque los piratas son la expresión
más humana, más libérrima de estas aguas antillanas
Juan David Porras Santana
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