Te he referido en alguna ocasión que el
problema más difícil que tenemos los humanos es deslastrarnos de nosotros
mismos, creo recordar que te mencioné al
respecto la hermosa frase que
pronunciara Miguel Ángel en un acto de desesperación porque no lograba terminar
una de sus maravillosas esculturas: “Señor,
líbrame de mi mismo para poder
complacerte”.
Igual sucede
con el amor: tanto más amor se tiene y se entrega, mayor es la reconcentración
del “YO” y más difícil librarse de uno mismo para entregar lo mejor al otro, al
ser amado. De manera tal que lejos de
propiciar el acercamiento, nos distancia porque se produce una ruptura entre
las identidades de los seres en cuestión. El “YO” es tan poderoso que inventa
al objeto amado, el cual nunca coincide con el verdadero. Veámoslo con mayor
claridad: Yoli se inventa un Juan David
y éste hace lo propio, inventándose una Yoli; así que cuando Juan David
entre en acción, Yoli no lo reconoce, inclusive comienza una pugna: ¡pero este
no es el hombre del que yo me enamoré!, y en efecto el que tienes en mente te
lo imaginaste, el de carne y hueso nunca lo conociste, fue sustituido por tu
ideal, de la misma forma le ocurre a Juan David. Están parados el uno frente al
otro y los separan dos abismos. Lo que hace que el amor sea un imposible.
Por ello he
querido tender un puente para cruzar los dos infranqueables abismos, única
forma de expresar solitariamente el reconocimiento del otro, como si fuese un
faro que no conduce a puerto pero le trasmite al otro la extraña emoción de
saber que existe, no sólo desde sí mismo, sino también desde la perspectiva del
otro que lo mira desde la otra orilla; ese puente son estas rosas que
incandescentes en su secreto arden en lo insurrecto de nuestros ajenos
instantes.
Juan David
Porras Santana
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