Por la libertad plena de las mujeres ¿ La querrán?
El “continente negro” no es negro ni inexplorable: aún
está inexplorado porque nos han hecho creer que era demasiado negro para ser
explorable. Y porque nos quieren hacer creer que lo que nos interesa es el
continente blanco, con sus monumentos a la Carencia. Y lo hemos
creído. Nos han inmovilizado entre dos mitos horripilantes: entre la Medusa y el abismo […]
Nosotras las precoces, nosotras las inhibidas de la cultura, las hermosas
boquitas bloqueadas con mordazas, polen, alientos cortados, nosotras los
laberintos, las escaleras, los espacios hollados; las despojadas, nosotras
somos “negras” y somos bellas. (Cixous)
Freud, que centró todas las fuerzas de su intelecto para desentrañar a
la víctima hombre de una victimaria mujer llegó sólo a superar de su gran elenco de fobias una sola: su
fobia por los viajes, dejando incólume sus otras muchas fobias y su gran neurosis: las mujeres. Utilizando
como buen escapista, el recurso más simple, nombrar al problema con un calificativo
misterioso e incógnito: la mujer es el continente negro.
Hace poco tiempo escribí un poema intitulado ἈμαζὼνἈ (Amazona) dedicado a la mujer, lo único realmente
inquietante. Pudiese desprenderse por el título y la dedicatoria que comparto
la visión freudiana del “Continente Negro”; nada más alejado de la realidad,
aun cuando confieso que la metáfora
“Continente Negro” que puede tener muchos significados- esa es la intención- me
parece acertada, poderosa e
intuitivamente cierta.
¿Qué quiere la mujer? Para Freud era todavía una pregunta sin respuesta,
para Nietzsche la clave
estaba en la preñez. ¡Qué simplificación y que océano de superficialidad!
Ella quiere lo mismo que el hombre: transcender, ¿y esto que significa? Anoche
la mujer me despejó la incógnita asumiendo e integrando la doble condición:
hombre - mujer:
-Juan David, yo soy libre. Detesto cuando me encasillan o pretenden hacer
de la desinformación un hecho-. Esas palabras encontraron eco en mí, en una
interpretación dual.
Mi pasajero oscuro no la quería dejar libre, la quería para él ¿para
qué?, devorarla incorporarla, asimilarla a mi ser o dicho con precisión a mi
YO. El oscuro objeto del deseo estaba allí, pero más alerto y despierto su ser
en sí. Transcendió y entonces se produjo lo inesperado: la mujer literalmente
colocó su musculoso cuello en la guillotina,
me lo ofrendó en la convicción de que el camino que estábamos
transitando era puramente ontológico y que nos conduciría al sempiterno
ritornelo: el aliento de lo vivido y del porvenir quedaría justificado en un
hecho clímax, sin solución de continuidad. Me demostró que somos unos
perseguidores- tipo Terminator –donde lo perseguido ya sucedió, pero para no cambiar la historia, porque es
lo único que tenemos, debemos exterminar al ser nuevo, al emancipado, al
libérrimo, de manera de preservar el misterio.
El sacrificio valía la pena, una vez más pondría su hermosa cabeza de león en la picota como lo hizo
William Wallace, el príncipe valiente decapitado después
de gritar ¡LIBERTAD!
Juan David Porras Santana
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