He querido rendir un pequeño homenaje a la mujer madre .
Discurría sin
contratiempos la juventud adulta de mi madre, la Coco- mujer de una
honestidad que no he vuelto a ver en mis 54 años- cuando decidió desprenderme
de su falda para que aprendiese por mí mismo a reconocer al mundo. Tendría a la sazón, no más de 11
años.
Mis primeras aventuras fueron tímidas y tiernas: ir a pescar con una caña
robada a uno de los esposos de sus amigas en Playa Grande. Para mi sorpresa el sueño del pescador se confundió
con la realidad: pesqué una palometa como de 2 kilos- lo más seguro es que
fuese de uno, pero los ojos de la
infancia son un par de lupas- . Rompí la caña de pescar, -solamente perdí la
plomada y el anzuelo- pero estuve los meses restantes de aquellas inolvidables
vacaciones tan culpable como los asesinos de A Sangre Fría de Truman Capote: en
mi caso nunca se descubrió el crimen.
Cada día crecía más
mi osadía, las próximas vacaciones escolares- que eran infinitas- decidió el
grupo de jóvenes madres, llevarnos a Tucacas. Las playas que colindaban con la
casa vacacional eran de aguas turbias, sin atractivo. Las madres nos contaron a
la camada de muchachos- unos 8- que al día siguiente nos llevarían a un lugar hermosísimo, llamado Punta Brava,
al cual en la época se accedía en peñero. ¡Qué emoción! Después de sortear unos
inmensos manglares, desembocamos en lo insólito, en lo nunca visto por nuestros
ojos inocentes y ávidos: las aguas coralinas y cristalinas de un caribe ignoto.
Tal fue la emoción
que eran las 6 de la tarde y no nos queríamos marchar, les rogábamos a nuestras
madres que nos dejaran vivir allí para siempre. De vuelta, los manglares se
fijaron en mis retinas, y en la medida que nos acercábamos a la casa vacacional
podía desde la carretera ubicar a Punta Brava, gracias a la marcación de los
manglares. Luego de cenar los acostumbrados macarrones con ketchup y diablitos,
me reuní con los otros niños con edades comprendidas entre los 6 y los 12 años para
invitarlos a mi próxima aventura: irnos en la madrugada, cuando las viejas
estuvieran pasando la pea- las viejas tenían 30 años- para Punta Brava, en un
bote inflable que había visto en el garaje, todos se rajaron menos mi hermana
Mariela, Marta Roca y su hermanito Ricardo de 6 añitos. Antes de que despuntara
el alba estábamos en la mar con rumbo fijo a los manglares nos alumbraba una
luna llena del tamaño de la tierra. Remaba, remaba y la corriente nos alejaba
hacia la dirección contraria de nuestro destino, ya exhausto, decido a anclar
para descansar y regresar, cuando uno el cabo de no más de 5 metros al ancla, el nudo
que le había hecho era igual de malo, como con el que hoy sigo amarrando mis zapatos, por supuesto se soltó y
se fue al fondo, a más de 40 mts de profundidad. Comenzamos el retorno, aun
cuando lento, avanzábamos hacia la costa, al poco tiempo divisamos un par de
peñeros que las viejas habían enviado a nuestro rescate. Los pescadores luego
de subirnos y montar el bote inflable en su embarcación, nos increparon: estas
aguas son traicioneras, infectadas de tiburones- siempre sospeché que la
exageración de estos marinos era para
sacarles una buena tajada a las viejas-
Allí estaban, en la
orilla como un pelotón de fusilamiento, después de los besos y abrazos a los
menores, menos a mí- el artífice- se acercó María Cristina, la madre de Marta y
Ricardo, y me dio una bofetada como la que daban los Franciscanos en tercer
grado. Mi madre Coco, que hoy cumple años, no dijo nada, se me quedo fijamente
mirando, tratando de identificar en
aquel muchacho, al niño que le tenía pánico al mar, asco a la arena y tuvo un
buen día la honestidad de desprenderlo de su falda. FELIZ CUMPLEAÑOS COQUITO, tu abuelo
Juanda.
21/09/2009
Coco Santana de Porras y Juan David Porras Santana
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