Para Adelina Isabel Arocha Urbina
La alcoba estaba preñada, en ella se podía paladear en
el más recóndito rincón, el sexo. Una pantera latía espaciadamente sobre la
sabana blanca. Ahíta temblaba sobre su osamenta; la piel viva pero en profundo
reposo, tan profundo que las voces que le pedían su incorporación, le parecían
a la fiera, que eran del más allá, tal
vez su ancestro, Bagheera, del libro de la selva, y no del reino de este mundo.
No respondió, ni a las palabras, ni a las caricias.
Peligrosa situación para esta felina de acción fulminante; en ese instante era
vista por sus víctimas como un arma letal envainada.
De pronto como si recordase a Shere Khan, el asesino
de hombres, de un salto se levantó como cuando Cristo necesitado de la
confirmación de su identidad resucitó, a
Lázaro
Estruendo. La habitación quedó sin olor, sin sabor,
sin sonido; todo se había ido. Una oquedad sin color permitía distinguir a la
fiera, por sus ojos transmutados en dos volcanes en plena erupción.
Era una vez más poseída por la vorágine de la
cotidianidad, nada importaba: era el despertar, los momentos de bajos instintos
llenos de infinito amor que habían precedido, los envío al sótano donde siempre
deberán estar. Estaba dominada por el
más básico de todos: la supervivencia. Al cuerno con el amor, si al fin y al
cabo yo lo domino como una función más, me conozco y sé que hacer, lo he hecho
tantas veces, obteniendo los mismos resultados.
De pronto Adelina que tiene un pedazo de sí misma para
todo el mundo, me obsequió condescendientemente uno para mí. Como si estuviera
lamiendo a una de sus cachorras, me acarició. En la medida que lo hacía se
tranquilizaba, pero no para ella sino para mí. Su mente fragmentada trataba
de escindir sus afectos, de su cólera,
en un gesto profundamente generoso pero irremediablemente inútil.
Cada caricia suya era motivo de un pensamiento
recurrente que siempre le opuse a la definición muy brillante pero tibia de
Ortega Y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia”, una que en ese momento era inconcusa:
Yo recontra Yo y que siempre se acomoden al YO, las circunstancias.
Juan David Porras Santana
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