24 sept 2012

HIROSHIMA


Para Adelina Isabel Arocha Urbina

La alcoba estaba preñada, en ella se podía paladear en el más recóndito rincón, el sexo. Una pantera latía espaciadamente sobre la sabana blanca. Ahíta temblaba sobre su osamenta; la piel viva pero en profundo reposo, tan profundo que las voces que le pedían su incorporación, le parecían a la fiera,  que eran del más allá, tal vez su ancestro, Bagheera, del libro de la selva, y no del reino de este mundo.

No respondió, ni a las palabras, ni a las caricias. Peligrosa situación para esta felina de acción fulminante; en ese instante era vista por sus víctimas como un arma letal envainada.
De pronto como si recordase a Shere Khan, el asesino de hombres, de un salto se levantó como cuando Cristo necesitado de la confirmación de su identidad resucitó, a  Lázaro

Estruendo. La habitación quedó sin olor, sin sabor, sin sonido; todo se había ido. Una oquedad sin color permitía distinguir a la fiera, por sus ojos transmutados en dos volcanes en plena erupción.
Era una vez más poseída por la vorágine de la cotidianidad, nada importaba: era el despertar, los momentos de bajos instintos llenos de infinito amor que habían precedido, los envío al sótano donde siempre deberán estar.  Estaba dominada por el más básico de todos: la supervivencia. Al cuerno con el amor, si al fin y al cabo yo lo domino como una función más, me conozco y sé que hacer, lo he hecho tantas veces, obteniendo los mismos resultados.

De pronto Adelina que tiene un pedazo de sí misma para todo el mundo, me obsequió condescendientemente uno para mí. Como si estuviera lamiendo a una de sus cachorras, me acarició. En la medida que lo hacía se tranquilizaba, pero no para ella sino para mí. Su mente fragmentada trataba de  escindir sus afectos, de su cólera, en un gesto profundamente generoso pero irremediablemente inútil.

Cada caricia suya era motivo de un pensamiento recurrente que siempre le opuse a la definición muy brillante pero tibia de Ortega Y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia”, una que en ese momento era inconcusa: Yo recontra Yo y que siempre se acomoden al YO, las circunstancias.


Juan David Porras Santana   

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