...Yo soy la que da a luz y la que jamás procreó,
yo soy el consuelo de los dolores del parto,
yo soy la esposa y el esposo,
y fue mi hombre quien me creó,
yo soy la madre de mi padre,
soy la hermana de mi marido,
y él es mi hijo rechazado.
Respetadme siempre,
porque yo soy la escandalosa y la magnífica
Tomado del Himno a Isis
Cuando me iniciaba en la música- tardíamente, contaba con 18 años- hubo una mezcla aptitudinal y espiritual plagada de contradicciones. Por una parte tenía el talento innato para la guitarra clásica- manos, expresión, conformación antropométrica y fisiológica para este endemoniado instrumento - pero carecía de la “pasión” suficiente para apuntalar la carrera de concertista.
Si bien es cierto que compensé la demora de mi entrada en ese mundo tan exigente, con estudio y dedicación, esto no era suficiente para lograr una estabilidad y el continuo necesario para permanecer y pertenecer a ese maravilloso reino. Rompí entonces, de manera definitiva con la música.
Decisión drástica pero auténtica, cuestionada por muchos, entre ellos mi entrañable maestro Leopoldo Igarza.
En mi produjo una liberación, una emancipación.
Seguramente has escuchado esto muchas veces en tono de frustración, de resignación o de justificación. Te hablo desde la verdad de mi nosce te ipsum. Como vino se fue.
¿Qué pasó con las suites para laúd de J. S Bach, con las sonatas de Guliani, con la música de los virginalistas ingleses? Las llevo conmigo.
Tal vez en estas palabras haya algo de ella.
Soy un hombre lento, tardío, y hoy, a mis 56 años no disto mucho de aquel joven-en lo inmaduro, por supuesto- que quedó subyugado con la música de Gustav Mahler y con la poesía de Lorca y de Vallejos.
Quise titular a este escrito: ESTA TARDE LLUEVE. Como una reminiscencia, que disparo súbitamente tu aparición en mi vida.
Estudiaba entonces, en un colegio fascista, el Santiago León de Caracas- estudié en muchos colegios donde fui infeliz- pero ninguno como este.
Imagínate que el coordinador el señor Fahger, un alemancito acartonado que me daba un fuerte para que me afeitase los chicharrones. Yo tomaba el dinero, y me iba para el Parque del Este con un estoraque de las obras completas de Lorca, y una antología de la poesía de Vallejos; leía, leía, y comía perros calientes, cantidades de maní, algodón de azúcar, todo eso con 5 bolívares. Al día siguiente me presentaba en el colegio con la tomusa aplacada por la brillantina Palmolive, pero en el recreo de las 10 a.m. se esfumaba su efecto mágico, y los resortes saltaban como los de un colchón vencido; oía inmediatamente una voz como sacada de la GESTAPO: Porras, niegem, no se cortó suficientemente el cabello, tome estos cinco bolívares, y vaya a la barbería. Descubrí entonces, y para siempre, un secreto de las altas finanzas: el apalancamiento financiero, y como si fuera poco me convertí en un experto de la poesía instintiva Lorquiana. Gracias mil, mi inolvidable Fahger.
Te cuento que en esas tenidas literarias en solitario, sentí la mayor intensidad y altura de mi existencia; me iniciaba en el piano, la literatura y en el panteísmo. Todo era una revelación poderosa: los sonidos, los colores, el ritmo, la metáfora, el sexo; todo lo que entraba por los sentidos era procesado y asimilado como la luz en la fotosíntesis.
Pero también recuerdo la poderosa invasión oscura y divina de la estética Vallejiana: “Esta tarde llueve, llueve, llueve como nunca y no tengo ganas de vivir, corazón”. Anunciación de lo que me tocaría vivir posteriormente.
La intensidad y altura, proteicamente se transformaron en claroscuro, intermitentes borrascas, desdibujamiento del yo en el ser y la nada. Como si al leer los versos hubiese invocado al mismísimo vacío, a la vida en blanco y negro. Estaba enfermo, pero yo no lo sabía, pensé que era la misma melancolía que había visto en la mirada distante y perdida de mi abuela Inocencia Salcedo- y no me equivoqué-.
¡Cuántas batallas veladas soto voce!; unas ganadas, otras perdidas.
¡Cuántos años automarginado de lo social!; cuantas oportunidades de amor ignoradas; mujeres especiales, dispuestas, que se asomaron a mi abismo, y con la misma atracción que éste ejerce sobre los alucinados, se entregaron, pero no había fondo en la caída, sino la nada.
Por eso esta tarde llueve, como llovió hace 33 años, pero no voy a ser crucificado. A diferencia de Cristo, estos 33 años vividos, me han servido para entenderme, no para redimir al mundo, sino para salvarme a mí mismo, porque: Esta tarde llueve, llueve, llueve como nunca y tengo ganas de vivir corazón.
Juan David Porras Santana
QUE DIOS TE BENDIGA Y TE DE TODA LA FELICIDAD QUE TANTO AÑORAMOS,SABES A VECES LA TENEMOS MUY CERCA Y NO LA QUEREMOS VER.
ResponderEliminarA veces, a algunos,nos toca pasar un rato en un abismo muy adentro, llueve mientras como nunca.... no salimos igual que entramos, maduramos las pesadillas, las molemos a la luz de la luna y las transformamos en polvitos mágicos. El tiempo pasa, nos vuelven las ganas de vivir corazón (aunque diluvie) y cuando nos tienta el tobogan de lanzarnos de nuevo al abismo, los polvitos nos recuerdan que hacerlo sería una vuelta de carrusel inutil,en esta vida de minutos contados y sueños infinitos.... Se imponen el corazón y las ganas. La lluvia se vuelve poesía que resfría, una excusa buenísima para cumplir la postergada cita con una buena pelicula o un buen libro, quizás para compartir un chocolatito caliente y una cobijita....
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