El anecdotario copioso sobre el viejo pescador
la había cautivado como una rapsodia húngara
Era el lenguaje de la piel cuarteada y la mirada extraviada
El viento que sin aviso rolaba de este a oeste
haciendo en las crestas de la mar una pátina
que oleaginosa lo pintaba contra un cielo alelado
Ella le extendió su fina mano al viejo
Sintió cada surco de la palma de éste
Que le inspiraba ternura y encanto
Cuánta será la mar navegada, las islas desoladas
Los crepúsculos de rojo y verde contraste
Que en sus pupilas
quedaron grabados como un incendio
El viejo se retiró con la quejumbre
de sus huesos carcomidos por la sal
Ella y yo, bajo la enramada
Y ésta bajo la canícula
sentimos que la luz de un fogonazo
y la estampa viva de esencia marina
nos invadía, nuestras manos eran medusas
que se trenzaron en la búsqueda infinita
Que trata de hacerse finita
Con la cópula frenética
y nunca lo consigue, por eso se repite
hasta que convertidos en un solo sudor lascivo
desistimos, soñando en el infinito de la próxima vez
De vuelta en la enramada el viejo
Nos despide con la última luz del atardecer
Juan David Porras Santana
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