A María Gabriela Capriles
Tengo una teoría poética-
existencial, todo humano tiene algunos espacios que lo siembran al centro de la
tierra y lo vincula a través de misteriosos canales y frecuencias con el
Universo todo, lo llamo el espacio vital de cada individuo.
Yo lo sentí por vez
primera en el rompeolas de la Marina del Sheraton, había un piedra gigante con
abundantes intrusiones de cuarzo, me paraba sobre ella y la sensación de
bienestar y comprensión del mundo real era inmediata.
Como si fuese un eje
adicional al de la tierra. Mi mente se hacía lucida –si tal cosa es posible - y mi
corazón se engrandecía.
Me ocurre cuando
deambulado por la noche caraqueña, entro en algún local, y voy probando las
sillas que orlan la barra del bar, a veces – la mayoría- sin éxito, otras –
pocas –encuentro el trono desde dónde reinare a piacere. Sintiéndome amo de la
noche y de sus particulares placeres. El
mayor de todos esos placeres: contemplar. Poco a poco ayudado por el efecto
relajante del escoses- El viejo Parr-, me abandono de la pesada carga que todos llevamos sobre
los hombros y de pronto todo vuelve a la normalidad, contrariamente a lo que se cree, se está
ebrio e intoxicado en lo que llamamos la cotidianidad, y sin darnos cuenta nos embrutecemos,
la visión se hace miope, el temperamento parece una montaña rusa y los valores y sentimientos,
muchas veces los mandamos para el carajo.
Los últimos años que
dejé de vivir la mitad de la semana en la Isla de Margarita, en Cabo Negro, me
he vuelto un ermitaño de cuatro paredes, en una calle ruidosa que otrora fue
una hacienda y una sosegada urbanización de hermosas casas caraqueñamente adaptadas,
jardines, retiros, plaza, hoy es un mercado Persa y la alternativa vial de una
de las avenidas más transitadas de Caracas, la Francisco de Miranda.
Siempre repito que los
milagros existen sólo en Latinoamérica, recordando la definición de Carpentier –
un milagro es una alteración inesperada de la realidad- y si tomamos en cuenta
el caso venezolano, son proverbiales. Mi país es hoy por
hoy tal vez el espacio territorial más hermoso, variopinto, biodiverso del
planeta pero paradójicamente el más inhóspito para el ejercicio de la vida humana.
Aun así, desprenderse de él, es mi caso y el de la mayoría, es impensable, así
nos cueste la vida.
Resulta que hace apenas
unos días, después de que mis queridas amigas, María Belén y Yanel se habían
ocupado de buscarme una vivienda , con características muy específicas , viendo
muchas, una lujosas , otras archimodernas, otras rococó . Se les notificó que en la Urbanización Los Chorros- en las faldas
del Ávila- había una que aparentemente se ajustaba a las necesidades
requeridas. María Belén regresó fulgurante y feliz, me describió de tal manera
el inmueble que lo pude visualizar y me habló de lo bien que había sido
atendida por la propietaria y sus corredoras. Al punto que me dibujé a María
Gabriela- la dueña- y la definí como una fémina de una casta en vías de
extinción: la gente decente, una dama en toda la extensión de la palabra.
De inmediato le dije a
María Belén que ofertara, sin ver, el que ya consideraba mi refugio y sin
conocer personalmente a su propietaria, un golpe de intuición. Como es natural,
ésta quería conocer al arrendatario antes de la formalización del contrato. No
me equivoqué, ya frente a ella, sentí el peso específico de la distinción y el gentilicio,
por supuesto no me refiero – a la clase social, ni al apellido, ni al status
socio-económico- , sino a eso que mi padre que había nacido en un barrio pobre,
muy pobre, siempre me repetía, Juan David , no teníamos para comer y la
solidaridad era inmediata , los vecinos eran gente decente.“No te preocupes
María Gabriela que no espero que el canon incluya la comida, porque después de ver mis más de 100 kilos, anularías ipso facto el contrato de arrendamiento”.
Aquel espacio sensible
su inmueble era un hermoso refugio con rincones ensoñadores, el buen gusto, y
Dios como siempre estaba en los detalles. La jardinería paisajística sobria y cuidadosamente escogida, uno de los tantos ejemplos.
¿Qué había sucedido?
Decía Lorca que el
presentimiento es la sonda del alma en el misterio , y si éste es genuinamente intuitivo
, no se equivoca. Volví a sentirme
parado en mi espacio vital del malecón del Sheraton , esta vez no frente al mar
Caribe , sino a mi cerro Ávila que me acompaña desde que nací y frente a una
dama como las bellas mujeres de aquella Caracas que visitó Humboldt en 1801 , asombrándose que
frente a una naturaleza exorbitante y prolija hubiese asentada una pequeña
ciudad con gente amable , culta y damas que tocaban el piano como los mejores pianistas alemanes y
recitaban a los poetas franceses con fluidez y un sentimiento, imposible de explicar en estas latitudes equinocciales
Juan David Porras
Santana
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