“Al principio se hacía dar
masajes por sus camaristas francesas; pero pensó un día que la mano de un
hombre sería más vigorosa y ancha, y se aseguró los servicios de Solimán,
antiguo camarero de una casa de baño, quien, además de cuidar de su cuerpo, la
frotaba con cremas de almendra, la depilaba y le pulía las uñas de los pies.
Cuando se hacía bañar por él, Paulina sentía un placer maligno en rozar, dentro
del agua de la piscina, los duros flancos de aquel servidor a quien sabía
eternamente atormentado por el deseo, y que la miraba siempre de soslayo, con
una falsa mansedumbre de perro muy ardido por la tralla. Solía pegarle con una
rama verde, sin hacerle daño, riendo de sus visajes de fingir dolor. A la verdad, le estaba agradecida por
la enamorada solicitud que ponía en todo lo que fuera atención a su belleza.
Por eso permitía a veces que el negro, en recompensa de un encargo prestamente
cumplido o de una comunión bien hecha, le besara las piernas, de rodillas en el
suelo, con gesto que Bernardino de Saint-Pierre hubiera interpretado como
símbolo de la noble gratitud de un alma sencilla ante los generosos empeños de
la ilustración”
Del REINO DE ESTE MUNDO de Alejo
Carpentier
Desde aquel naranjal
la veía darse baños
como los de Popea Sabina
Ella sabía que la veía
y cada movimiento
era premeditadamente lascivo
Sádicamente se excitaba
pensando
en lo enhiesto y rojo de su
miembro
y las insoportables ganas
que en él , producía su
ritual ,
Oh agonía que él
desahogaba en onanismo compulsivo
Oh agonía que él
desahogaba en onanismo compulsivo
En el fondo sonaba el Adagio
de Albinoni
era el transformador de la carne en alma
de la lujuria en amor de cerezos
en flor
que él guardaba celosamente
en la memoria
Ella , sentía que un niño
quería ser hombre
y los sentimientos eran aves
en la lejanía
De pronto un hierro frío en
su cabeza
Y la ira de un padre
enardecido
Lo redujo a lo que realmente
era
Un cagatinta con
pretensiones de zángano
Así, con ese pensamiento yacía
muerto
Inmediatamente sobre sus
ojos
se posaron los azules
cuervos
Que desprendieron sus ojos y
de la retina
devoraron con placer el sexo
de Popea Sabina
Juan David Porras Santana
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