25 may 2013
INOCULAR EN PEQUEÑAS DOSIS LA MUERTE EN LA VIDA
A Mi novia
Son las 2:40 am, veo por segunda vez en la televisión el documental de Michael Radford sobre la vida del genial pianista de Jazz Michel Petrucciani. La primera vez fue apológica, mi visión, esta segunda tibiamente humana. La razón: a toda gesta la impulsa una pasión, en el caso de Petrucciani , lo más “inmoral” de lo Dionisiaco , el quehacer doméstico.
Somos una especie tan aniquiladora que todos lo domesticamos hasta el sublime amor lo encapsulamos, hacemos con él, ampollas para inocularnos a piacere ó represarlo para que hinche el corazón como una vela balón. Así es nuestra poderosa máquina del movimiento perpetúo hacia nuestra última gran jugada, la autodestrucción ó la emancipación.
Michel Petrucciani, sus ampollas las utilizó todas y compró cuántas pudo, era un adicto de la vida y sabía que la suya era de pronóstico reservado. Paradójicamente mientras más muerte se inoculaba más intensamente vivía, aun cuando su tiempo se reducía. Tomó la mejor decisión posible: domesticar a la muerte a punta de vida.
Su punto de partida eliminar los énfasis, no existen paroxismos, solo lo ordinario, lo normal tanto que en ello radica el milagro, por ejemplo tocar 220 conciertos en un año fracturándose los huesos, sin siquiera sufrir o hacer un mito de su esfuerzo titánico. Por el contrario, disfrutando, gozando una bola, como decimos en Venezuela, ese era su leitmotiv.
Si además puedo tener inductores de bienestar, drogas, mujeres, amigos, esclavos, comida mucha comida y trabajo y más trabajo, éxito tras éxito. Estos excesos que precipitan la muerte, lo hicieron el discípulo dilecto del libre albedrio.
Hoy yace al lado de Chopin, dos tumbas iguales para dos treintañeros, Michel la luz de un láser, Frederick la luz de una vela que se apaga desde siempre. El primero se envenenó con oxigeno y vivió para él, el segundo se protegió, le faltó el aire y se consumió como su romántica vela o su famoso la bemol. Ambos, sin saberlo se replicaran para todos los para ti y todos los para mí.
Mi amiga Alicia Climent Navarro contemporáneamente con el documental, escribía un poema con una dedicatoria muy generosa- como todas sus cosas-“PARA TODAS LAS MUJERES QUE DESEEN CASARSE... PARA QUE SE LA DEDIQUEN A SU FUTURO MARIDO....EN EL DÍA DE SU BODA...BESOS...”, un tanto extrañado, me pareció romántico y leí el poema, me embargó por una parte el respeto de los votos litúrgicos y por otra, la revelación que había tenido en la madrugada- husos horarios- al ver el documental sobre el gigante de 0, 95 metros Michel Petrucciani, la domesticación de la sublimidad. Todo esto presentado con una pulcritud sacramental:
VOTOS AL NOVIO.
El amor no es silencio,
ni tampoco palabras.
Es el sentimiento
que en él se labra.
Llega sin pedir permiso
dejando a tras la mente.
El amor es uno mismo
cuando se quiere.
En lo más profundo de mi alma
que mi desventura adula.
Es el calor de una llama
que lo envuelve y lo anuda.
Me siento vibrar en tus brazos
en un refugio de amor,
que anudamos con lazos
los sentimientos con ardor.
Refugio de un laberinto,
que en él me tienes atrapada
como ocaso de un instinto.
De ti estoy enamorada.
Este enlace no es una firma
ni tan solo un papel.
Para mi es el carisma
dulce como la miel.
Y esto te lo entrego
hasta el fin de nuestros días.
Que significa el fuego
que en mi alma encendías.
Te entrego esta alianza
como fruto de mi amor.
Que es la esperanza
para siempre los dos.
Alicia Climent Navarro
De inmediato le comenté: Alicia, así siento que es el amor: artilugio, poesía y gran escenografía que aunque llega al hastío por pertenecer al mundo ideal, nos compulsa como la heroína a querer más y más. Para siempre morir de un amor, jamás lo suficientemente bien correspondido. Felicitaciones Alicia, tu amigo, Juan David.
El amor es un planeador que hace breves aterrizajes, gozosos, perversos y estruendosos pero que como los huracanes cuando tocan tierra por largo tiempo se desvanecen.
¿Quién de nosotros no quiere volar en ese planeador? Petrucciani y Alicia hoy me permitieron planear entre crestas abruptas, suaves valles e infinitos mares.
Cuando ya en tierra me despedía de mis avezados pilotos, haciendo señas con mi largo brazo derecho extendido, ellos seguirían el derrotero de los iluminados, y yo apenas los perdí de vista, sentí que mi cuerpo ya había generado contrafuertes como las grandes ceibas del amazonas que por falta de raíces profundas, los necesitan para sostenerse.
Michel en la madrugada- como cuando estabas vivo- me susurraste: yo no soy un hombre, soy como se imaginó Henry E. Steinway, EL PIANO, porque ese armatoste luctuoso con dentadura de Louis Armstrong, necesita de un espíritu objetivo y ese soy yo
Alicia en la tarde de hoy me declamó que este silencio vaga por el mundo y tal como ella lo previó, en una campana de cristal lo atrapó para que las novias del mundo siempre tengan un dilema: levantar la campana y dejar que se escapen los votos o a través del cristal poder mirar y escuchar la eternidad de su ideal.
Juan David Porras Santana
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