Hace mucho que nos amenazamos y planificamos La Vuelta mi amigo Juan David y yo. Muchos nexos directos, indirectos, y hasta una especie de filiación legítima nos han unido y nos han separado.
Se preguntarán ustedes qué es La Vuelta y quién es Juan David. Pues bien, La Vuelta es un recorrido que a modo de filtro de aceptación y prueba de compatibilidad, realiza Juan David por los confines más apartados, abruptos y también hermosos alrededor del país en su vehículo de doble tracción. Y Juan David es una de las personas que pertenecen a mi reducido círculo de afectos alrededor del cual también ha dado La Vuelta en varias ocasiones, para siempre regresar al punto de partida, norte magnético.
La Vuelta es un hecho simple y de núcleo complejo, casi inextricable, con determinantes e impredecibles presagios y consecuencias, que pueden asustar a mucha gente, y dentro de esa circunferencia siempre latirán sentimientos encontrados propios y de terceros, porque aun cuando La Vuelta se realice alrededor de la precisa línea que circunscribe al círculo, invisiblemente dentro del círculo se encuentran en pugna celos, temor, temeridad, preocupación, aceptación resignada de lo insólito y profecías de peligro. Nuestros extraños lazos a veces navegan conducidos por Caronte, barquero de los infiernos, y en oportunidades animados por la Heroica de Beethoven.
La música, el mar, Juan Sebastián (Bach y Bar), un ánimo que se extrema en momentos cartujos y alegrías casquivanas, alberga la inteligencia propiamente dicha: aquella descarriada que también da La Vuelta y se detiene en todo tipo de ánimos y sentimientos; en parajes subterráneos y secretos; en placeres solitarios; animadversiones; amores atropellados; infinitas bondades y mayores generosidades; impredecibles actitudes e inesperados finales, todo ello hace que acompañarlo en La Vuelta se convierta en una de las pruebas más insuperables y descabelladas que ser humano pueda emprender.
¡Inocente humanidad aquella convencida de su sencillez! ¡sería imposible clonarlo! Es un encantador laberinto que puede hacer de La Vuelta un cilicio o un cimarrón que se refugia en los montes buscando la libertad. Luego de postraciones repentinas de su capacidad vital, surge inesperadamente al bienestar y al ánimo propenso al optimismo. Dones gratuitos le concedió la Providencia en abundancia de los cuales no le resulta fácil convencerse poseedor, pues, como antes afirmé, es inteligente nato, aquél que no se percata de su genio e ignora deliberadamente sus derivados. Como si fuese sorprendente.
Porque quien se halaga a sí mismo y es ufano de su inteligencia, dice todo lo que puede hacer y saber, tiene una inteligencia limitada y precisa. Aquel que actúa y aplica tal facultad a veces contra sí mismo, es el verdaderamente inteligente, el que no encuentra acomodo en el escenario común a todos los seres; y el que anda a la búsqueda de algo que no sabe está en sí mismo. Es la inteligencia peligrosa para el inteligente.
Todas esas características se transparentan en sus ojos de expresión bondadosa e incrédula; en su versátil fisonomía. Con su porte principesco Juan David monta su camioneta como el hombre Marlboro su caballo y despega hacia El Cañón del Colorado. Su acompañante es ingenua. Cree que va a pasear. Ignora que La Vuelta puede durar 24 horas o cuatro meses, y que cada uno de los círculos menores paralelos al ecuador que pasan por los polos de la eclíptica comprendidos en La Vuelta, podría ser decisivo para su destino. Es un circuito insoluble.
Lo difícil de penetrar en el hermético círculo de La Vuelta es llegar al centro. Pero La Vuelta puede ser grandiosa, excelente y perfecta; despejada, apacible, serena; recreadora por su amenidad. Ser amigo de Juan David puede hacerlo a usted poseedor de las manzanas de oro del jardín de las Hespérides. Aprobar y superar La Vuelta es capturar al jabalí de Erimanto.
¿Desearía usted dar La Vuelta?
Iraida Blanco M.
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