17 nov 2012

LA RELACIÓN DE UN CATATÓNICO CON LA BARRA

Quiero comenzar este ensayo a la manera clásica, con un introito científico de la especialidad neurológica, pero revelador de esta dimensión que compulsa de la normalidad, a la adopción de mecanismos de defensa propios del sobreviviente.

Los sujetos que pertenecemos al polo común del continuo normalidad-neuroticidad, presentamos estabilidad emocional,  nos excitamos con dificultad, somos calmados, descuidados, según Eysenck y Rachman (1965).
Expresa Eysenck que como la inteligencia puede ser considerada un factor general en el área cognitiva, y la introversión-extroversión un factor general en el área emocional, asimismo el neuroticismo puede ser tomado como factor general en el área de motivación y esfuerzo; igualmente estima que por lo menos en parte, el neuroticismo puede considerarse defecto de la capacidad del individuo para persistir en la conducta motivada. Los rasgos predominantes en esta dimensión son: sugestionabilidad, falta de persistencia, lentitud en pensamiento y acción, poca sociabilidad y tendencia a reprimir hechos desagradables.

Sentado frente a la barra del bar - seleccionada con el celo que le  ponía Luchino Visconti a sus escenografías- logro el desdoblamiento. Imposible de alcanzarlo durante las prolongadas jornada de laborterapia, ya que exigen condición de alerta máxima y el uso de lo poco-si ya se, falta modestia- que me resta de inteligencia.
 Ese desdoblamiento se expresa en la doble acción intro- extro, que no es otra cosa que la manifestación narcisista del YO como caja de resonancia input- output de mi minúscula valía frente a la portentosa y arrolladora acción auto escrutadora del público de mi cautiva galería.
A cada sorbo de licor corresponde una angustia conmigo mismo y con respecto a los otros. En apariencia esta droga me permite flexibilizar los rígidos mecanismos de autodefensa de mi protoplasmática personalidad.
Más temprano que tarde prima la realidad sobre la apariencia. O siendo más fidedigno y objetivo, es la forma esculpida por mi medroso YO de la realidad; tan, pero tan creída que ocurra lo que ocurra esa noche, termino pensando, ya entrada la aurora: ohm, pensaste- no exageres- que me ibas a engañar..... jájájá.
¿Pero si ese sentimiento te daña, y lo tienes identificado por qué te instalaste en él?
En la película el Exorcista 3.5, magistralmente interpretado por George C. Scott, en el rol del detective que descubre que el padre Damián- el que cayó por las escaleras y se mató en el Exorcista I- fue poseído por el demonio en ese justo momento y se llevó el alma del padre al cuerpo de un asesino en serie que estando recluido en un manicomio de catatónicos aprovecha la falta de voluntad de éstos y sobre todo sus sugestionalidad para que actúen por él, llevando el terror a las calles e iglesias de Boston.
Priva en este trabajo de Blatty, la razón por encima de la emoción demostrando en todo momento la superioridad del demonio, que solo es vencido al final por moralismos y la taquilla- nada mas racional-.
En la barra, la lucha es similar: un catatónico es poseído por el demonio de la noche- barata y sinsabor-, por ello más aterradora, éste la trata de convertir dentro de si, en intensa y misteriosa, según los mandatos de su amo, su premio las migajas que caen de la mesa del señor. No conforme, pugna por entrar al banquete y no lo hace porque el detective le advierte que  será arrastrado por una conspiración satánica  hacia la nada; de inmediato se revela el YO racional: ¡pero si en la nadedad vivimos!, y el detective contesta pero  entras y sales, tu lo decides, tu tienes el control. AHHHHHH, respiro aliviado, he sobrevivido intacto y además invicto. Bebo un largo trago de silencio y de licor, le doy gracias desde el púlpito de  la barra  al SEÑOR.                                                  


 Juan David Porras Santana

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